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51 años del Festival de Avándaro, nuestro Woodstock

«Mira, para que me entiendas, Avándaro fue, digámoslo así, la piedra angular del rock en México; si no hubiera existido Avándaro, probablemente hoy no estaríamos hablando de algo tan cotidiano como ‘rock mexicano'».

Eso no lo dije yo, sino un personaje que, sin saber su nombre, me ayudó a saber qué es lo que quería hacer con mi vida, con mi profesión. Tenía yo 22 años y estaba cursando la universidad, y ahí supe que quería dedicarme al periodismo de rock.

Aquella tarde la recuerdo muy bien, pese a que la memoria suele fallarme a menudo. Era un martes, en el tianguis de músicos afuera del metro Taxqueña. Ahí conocí a Charlie Monttana y a otro personaje, de quien nunca supe su nombre. Hablamos de rock, del rock mexicano.

Me contó su historia, su vínculo con esa música llena de ruido, de guitarras, de rebeldía juvenil. Por supuesto, me habló de su experiencia en el mítico Festival de Avándaro, «nuestro Woodstock«, como él lo llamaba. «Avándaro fue el parteaguas en el rock nacional», me dijo.

Avándaro, 1971

La década de los 60 fue importante para la escena del rock en México. Lejos de aquellas agrupaciones que sólo se dedicaban a hacer versiones «mexicanizadas» de éxitos en inglés, para ese entonces, las bandas comenzaban ya a hacer sus propias creaciones. Su música.

El movimiento estaba cobrando fuerza, mucha, teniendo una increíble respuesta en los jóvenes, algo que causó incomodidad en la clase política. Las concentraciones masivas de jóvenes no eran del agrado de quienes gobernaban el país.

De alguna forma, el rock se convirtió en uno de los principales enemigos para la clase gobernante, los políticos, pero, pese a ello, la escena seguía creciendo y, naturalmente, surgió la propuesta de hacer un festival al estilo Woodstock.

«Para nosotros, que estábamos chavos y nos latía el rock, Avándaro significó un respiro. Veníamos de la masacre del ’68, donde murieron unos cuates, y también del halconazo, que había sucedido tres meses antes. Imagínate la rabia que teníamos», me contó aquel personaje que mencioné al inicio.

Nadie pensaba que aquello terminaría con una de las etapas más oscuras en la historia de México, no solo del rock. El Festival de Rock y Ruedas de Avándaro se llevaría a cabo los días 11 y 12 de septiembre del ’71.

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México, como país, era muy distinto: habían llegado los jeans (pantalones de mezclilla), los tenis, el cabello largo, las chamarras de cuero, las drogas, la psicodelia, etcétera. Era como un «paraíso hippie«, por decirlo de alguna manera, y el rock, por supuesto, era el grito de batalla.

Y así, en medio de una campaña mediática importante, el Festival de Avándaro era una realidad. Bandas como los Dug Dug’s, La División del Norte, Peace and Love, El Ritual, Tinta Blanca, entre otras más, fueron los convocados al evento. El público, claro, no se hizo esperar.

«Éramos muchísimos, la gente hizo de todo para lanzarse al festival. Se trataba de una experiencia nueva y, como te decía, lo necesitábamos, necesitábamos un espacio sólo para nosotros. No íbamos a hacer desmanes, no, íbamos a sacar la rabia que teníamos guardada».

Todo iba bien, el festival, incluso, fue transmitido por radio, en la estación Radio Juventud. Por otro lado, la policía también vigilaba la zona, había cierto temor porque aquello se saliera de control. Pero no fue así.

Para las bandas que participaron y para algunos asistentes que después pude entrevistar, el festival se llevó a cabo de manera pacífica. Sin pleitos, sin disturbios, sin nada que atentara contra el espíritu de «amor y paz» que proponía el propio festival. ¿Qué pasaría después?

La leyenda cuenta, y algunas personas me lo confirmaron, que, con el paso de las horas y al calor de la noche, el evento comenzó a ponerse interesante. De pronto, entre la multitud surgió el grito de «tenemos el poder», repetido hasta el cansancio. Y así, sin más, se cortó la transmisión.

Aquello no gustó para nada a las autoridades. «Lo tomaron como una provocación, pero para nosotros, los que estuvimos ahí, eso fue el pináculo del festival. No era una provocación, era nuestro momento. Nos sentíamos invencibles».

Una vez terminado el festival, dio inicio un periodo de censura muy fuerte hacia el rock nacional y, en general, hacia los movimientos de contracultura, hacia los jóvenes. Se perdió, casi totalmente, una escena muy buena, una generación de músicos muy avanzada.

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Los medios de comunicación se encargaron de destruir la esencia de Avándaro, tachándolo como el «festival de drogas, de mariguanos». La imagen de la «encuerada de Avánadaro» fue exhibida hasta el cansancio con el fin de hacer quedar mal al festival.

Un día después, incluso, durante la ceremonia de conmemoración por el aniversario de los Niños Héroes, se dijo lo siguiente: «Estos son los verdaderos niños héroes, no los degenerados que estuvieron en Avándaro».

A partir de ese momento, se puede hablar de una época perdida para el rock mexicano y, por supuesto, para los movimientos estudiantiles. La escena se vio interrumpida, cortada de tajo, y fueron pocos los que sobrevivieron.

La década de los 70 pudo ser histórica para el movimiento rockero en nuestro país, Avándaro dejó claro que las bandas mexicanas estaban muy adelantadas y, de haber continuado su crecimiento y evolución natural, probablemente hoy hablaríamos de un rock nacional distinto.

«Estuvo muy gacho todo lo que pasó. Los chavos nos convertimos en el enemigo de la sociedad, la gente no nos bajaba de mariguanos. Pero ¿qué hicimos? Resistir. Apoyamos con todo al rock y aquí seguimos, sobreviviendo, con el recuerdo de nuestro Woodstock«.

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