En la penumbra de un recinto underground, el sonido de Leprosy resuena como un recordatorio: el death metal no ha muerto, respira con la fuerza de quien no conoce el olvido. Su presentación en el Fuck Off Room no será solo un concierto, sino un acto de preservación cultural, un ritual donde la crudeza se convierte en arte y el ruido, en lenguaje.
La banda, con años de trayectoria, encarna la esencia del metal extremo: riffs demoledores, baterías que imitan el caos y una voz que surge desde lo más profundo del ser. No hay concesiones en su propuesta, solo la verdad desnuda de un género que nació para incomodar. Y en esa incomodidad, hay una belleza extraña, casi poética.
Frente a un mundo que busca suavizar los bordes, Leprosy se mantiene firme en su brutalidad. Su música es un territorio de resistencia, un espacio donde la fragilidad no tiene cabida y la fuerza se ejerce como un acto de honestidad. En cada nota, late la convicción de que, a veces, para persistir, hay que ser implacable
