
Un 2 de febrero pero de 1989, Santa Sabina ofreció su primer concierto en un sitio llamado Salón Azteca y a partir de ahí Rita Guerrero, Patricio Iglesias, Pablo Valero, Jacobo Leiberman y Poncho Figueroa iniciaron una historia como banda y se convirtió en una de las agrupaciones más importantes de la escena rock.
A principios de la década de los noventa no era nada fácil conseguir grabaciones de los grupos de rock nacional. Había algunos como Caifanes, Fobia o La Maldita Vecindad que ya habían grabado con compañías trasnacionales y sus discos estaban incluso en los supermercados, al igual que algunos grupos argentinos y españoles pertenecientes a eso que se llamó “Rock en tu Idioma”. Pero existía una movida de bandas mexicanas que se estaba gestando cada vez con mayor fuerza en el subterráneo a las cuales no era tan sencillo escuchar si no vivías en la CDMX como para poder verlos en vivo, ya que no contaban con grabaciones formales.
En esa década no existía el Internet como ahora lo conocemos ni teníamos el mismo acceso a la información. La manera de enterarnos de la existencia de grupos mexicanos de rock era a través de algunas publicaciones que trataban de documentar lo que estaba pasando con el rock nacional, como Conecte o Banda Rockera, entre otras. Pero conseguir música era más complicado pues el rock mexicano aún no era un “negocio” como se convirtió después, ni lo “underground” estaba de moda, como cantó Café Tacvba. Además, no existían tantos programas de grabación al alcance y por ende los estudios caseros eran prácticamente inexistentes, por lo que las bandas estaban obligadas a acudir a un estudio de grabación formal para grabar inclusive un demo.
Estas grabaciones no eran económicas y no cualquiera podía tener acceso a un estudio. Muchos lograron grabar sus temas gracias a algún concurso que ganaron o porque tenían un amigo que trabajaba en un estudio y les daba chance en las horas muertas para poder grabar. Por esta razón, en la escena under lo que se movía eran las cintas o cassettes, gracias a la facilidad que era grabar en ellos, sacar copias grabadas y distribuirlas incluso en cassettes vírgenes con apenas una portada en fotocopia a blanco y negro. Comenzaba a desarrollarse la piratería, pero en el caso del rock, era más bien una necesidad por difundir música que no estaba en las tiendas ni en ningún negocio formal. Si la formalidad no te daba entrada, entonces había que tocar la puerta de lo informal.
Dentro de esa informalidad, comenzaron a ser frecuentes las grabaciones en vivo. Se grababa la tocada sacando el audio directo de la consola central, y se vendía la grabación como “Café Tacvba en el LUCC”, en una cinta virgen acompañada con una portada poco nítida. El audio tampoco era el mejor y se terminaba haciendo una interpretación diferente de lo que era la canción. Por ejemplo, recuerdo una grabación de La Lupita en vivo donde, en lugar de escribir el título de la canción como «Paquita Disco», le escribieron “Vendo maíz”, pensando que el coro decía eso en lugar de «Dance all night». Esta forma de conocer la música de las bandas mexicanas under era lo que había y lo que muchos consumíamos al no haber otro tipo de grabaciones, y al vivir lejos de la capital. Entonces esperábamos a que algún conocido fuera al Tianguis del Chopo, comprara una buena cantidad de este material y nos lo vendiera a quienes estábamos ávidos de escuchar a las nuevas bandas mexicanas de rock.
En 1992 nace Culebra Records, un subsello de la disquera BMG, creado por Humberto Calderón, donde se le da oportunidad a grupos que venían empujando con fuerza en México. Era una apuesta por bandas con propuestas diferentes a los moldes que había creado el “Rock en tu idioma”. Los primeros tres grupos que salieron bajo ese sello, según recuerdo, fueron La Cuca, La Lupita y Santa Sabina. Aún me acuerdo la emoción que sentí al llegar a la tienda de discos y ver dentro de una vitrina los tres cassettes: La invasión de los blátidos, de Cuca; Pa’ servir a usted, de La Lupita y Santa Sabina, de Santa Sabina. Por aquel entonces ya trabajaba en un laboratorio fotográfico y tenía algo de dinero que iba guardando para mis gastos, con eso pude comprar las tres grabaciones de un solo golpe.