En todos estos años, poco más de 25 para ser exactos, una de las cualidades más llamativas de Dave Grohl y sus Foo Fighters ha sido la de reinventarse constantemente.
Desde sus inicios, el otrora baterista de Nirvana, pudiendo ser y formar parte de otra banda de renombre, decidió comenzar de nuevo; conformar un proyecto nuevo con la única idea de usar la música como medio de escape.
Fue así que, prácticamente solo, grabó un puñado de canciones que había escrito muchos años atrás, antes, incluso, de entrar a Nirvana. El resultado, como ahora lo sabemos, fue el álbum debut de los Foo Fighters. Ahí comenzó todo.
Lo siguiente fue, ya con una alineación un poco más establecida, reinventarse en conjunto y trabajar, ahora sí, en un disco totalmente nuevo; crear, como banda, las canciones que habrían de marcar, de inicio, un sello particular de los Foo Fighters.
El tiempo pasó rápido y, con él, la esencia del entonces trío integrado por Dave Grohl (voz y guitarra), Nate Mendel (bajo) y Taylor Hawkins (batería) se hizo más sólida. Dentro de muy poco se les uniría un segundo guitarrista, Chris Shiflett.
Para el 2002, tres años después del exitoso There Is Nothing Left to Lose (1999), el ahora cuarteto volvería a experimentar con el cambio y la renovación. Un nuevo comienzo, aunque ya dotados de cierta experiencia. Era necesario.
One By One, el disco más personal de la banda, fue lo logrado de aquel esfuerzo por reinventarse a sí mismos, pero sin dejar de lado su esencia: una banda de rock llena de riffs y guitarras poderosas.
A partir de ahí, como una especie de mantra, lo de los Foo Fighters, convertidos en quinteto con la reincorporación de Pat Smear como tercer guitarrista, fue una búsqueda constante e irremediable por divertirse en el proceso de grabar un nuevo álbum.
Medicine At Midnight, 2021
Un disco doble (uno eléctrico y otro acústico), In Your Honor; la madurez de Echoes, Silence, Patience & Grace; el regreso a sus orígenes con Wasting Light; y la belleza narrativa de Sonic Highways, todo ello dio paso al sonido actual de los Foo Fighters.
Como lo hicieron en Concrete And Gold (2017), el sexteto originario de Seattle volvió a trabajar con el productor Greg Kurstin, famoso por su labor en los discos de Adele y Kelly Clarkson; un productor «pop» colaborando con una banda de «rock«, una de las mejores en la actualidad.
Ese primer experimento con Kurstin no ha sido, por mucho, lo mejor de los Foo Fighters. Es más, podría decirse que Concrete And Gold es el álbum menos logrado de la banda. Sin embargo, fue una nueva apertura a otra renovación.
Hoy, a poco más de 25 años de distancia, Dave Grohl, Pat Smear, Nate Mendel, Taylor Hawkins, Chris Shiflett y Rami Jaffee, vuelven con la frescura por delante con Medicine At Midnight, el nuevo y décimo álbum de los Foo Fighters.
Llega con un año de retraso, pues estaba pensado para lanzarse en el 2020, pero el año de la pandemia impidió, entre muchas otras cosas, su publicación. ¿Habría sido distinto? No lo sabremos.
A partir del último trimestre del año pasado, Dave Grohl y compañía anunciaron la llegada de su disco número 10. La idea, como siempre, fue la de reinventarse, sobre todo en tiempos como los que estamos viviendo. Y lo lograron.
Los primeros segundos de «Making a Fire» nos sitúan en un sonido muy distinto a lo que nos tenían acostumbrados; un tema alegre y optimista que bien podría resumir esta nueva faceta del grupo con frases como «It’s time to ignite / I’m making a fire».
El propio líder y portavoz del grupo nos anticipó que Medicine At Midnight sería un álbum más alegre y festivo, tanto en su sonido como en su contenido lírico, y en realidad así es, aunque no deja de ser y sonar a los Foo Fighters.
Sigue «Shame Shame», primer sencillo del disco y uno de los temas más personales de Dave Grohl, que se complementa muy bien con «Cloudspotter» y que con «Making a Fire» nos dan una buena dosis de unos Foo Fighters muy disfrutables y hasta bailables.
«Waiting On A War» es, en síntesis, el clásico tema de los FF, muy en la línea de «Best of You», del In Your Honor, «Times Like These», de One By One, y «These Days», de Wasting Light. Una canción que, en vivo, sonará todavía más épica. Claro, si es que algún día regresan los conciertos.
Justo a la mitad aparece «Medicine At Midnight», que es, finalmente, ese guiño a «Let’s Dance», de David Bowie. Una de las mejores piezas de Medicine At Midnight con una de las mejores letras del disco.
Hacia el final es cuando nos encontramos con los «viejos» Foo Fighters: potentes, dinámicos y contundentes. Riffs y guitarras a todo volumen que, con «Love Dies Young», último track, nos recuerdan quién carajos son los Foo Fighters.
Medicine At Midnight es un buen disco, pero no más que eso. Sí, se reconoce que la banda vuelva a reinventarse, sobre todo cuando llevan más de 25 años en el camino. Se agradece el intento en «Chasing Birds» que, quizás, en otro álbum habría sido de lo mejor, pero no en este.
Si bien no es de sus mejores trabajos, Medicine At Midnight supera con creces sus últimas dos producciones, Sonic Highways (2014) y Concrete And Gold (2017).
Después de un cuarto de siglo de vida, los Foo Fighters no han dejado de ser los Foo Fighters y, más importante aún, siguen siendo esa banda que llevan la reinvención como bandera. Y eso, a estas alturas de la vida, lo vale todo.
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