Escrito por: Oscar Sosa
Cuando todo indicaba que las Chivas tenían a su alcance la estrella número 13, el equipo de NL vino
de atrás para finiquitar en su favor el Clausura 2023 con marcador de 2-3. Roberto Alvarado, al
minuto 11, y Víctor Guzmán, al 20, marcaron los tantos por el Rebaño. Robert Dante Siboldi,
entrenador de Tigres, hizo cambios en el segundo tiempo que le dieron resultado, al tiempo que
hubo una serie de errores rojiblancos. Una mano de Antonio Briseño en el área provocó un penal
que concretó André-Pierre Gignac, al 65. Seis minutos después, Sebastián Córdova remató de cabeza
y el juego se fue a tiempos extras. Al minuto 110, Guido Pizarro concretó la hazaña. Zapopan, Jal.
Seis años atrás, Tigres dijo adiós al campeonato de Liga en el estadio Akron. Sentía el hartazgo de la
derrota, pero también las burlas que despertaba. En una nueva revancha contra Chivas, el cuadro
felino se secó las lágrimas y volvió al mismo suelo que lo dejó sin trofeo para hacer felices a miles
de personas en Nuevo León con su octava estrella. En los tiempos extras de una final dramática (3-
2), lo que cimbró los pasillos del templo rojiblanco fue un sentimiento que estaba dormido, casi
olvidado; ajeno al exigido día a día del único equipo que juega con más extranjeros que mexicanos.
Miles de cuerpos aliados quedaron exhaustos, sumergidos en la tristeza, llorando y sufriendo en
solitario. Eran familias enteras capaces de atesorar y llevar adelante un mismo sueño sin impor-tar
las distancias geográficas, pero no pudieron. Sus más odiados rivales, entre ellos el Atlas y el
América, desearon tristezas infinitas para brillar en sus maldades. Y lo lograron. La noche del
domingo, la ciudad volvió a ser la capital de Chivas, como pasó en 2017 y aquella época brillante del
Campeonísimo. La diferencia es que ahora los que no dudaron de su poderío fueron los
universitarios, inspirados por las ideas revolucionarias de Robert Dante Siboldi. La espera de Tigres
llegó a su fin con una generación que se dio el lujo de ganar el clásico regio en instancias finales,
coronando su festejo en el podio sin nada que se le reclame. Los que también aportaron a la
escenografía fueron los familiares de los jugadores, que ingresaron al terreno de juego rompiendo
en llanto. La música, los tambores y las banderas se mezclaron durante un largo rato bajo un solitario
grito de “¡Tigres, Tigres!”, que dejó en silencio la sobrepoblada glorieta de la Minerva. El encuentro
decisivo tuvo de todo: momentos ásperos e intensos, así como genialidad. Con una gambeta y un
remate pegado al poste, Roberto Alvarado dejó dando vueltas en el 1-0 a Javier Aquino y Nahuel
Guzmán (minuto 11). Al poco tiempo, en un tiro de esquina de Alexis Vega, Víctor Guzmán dio un
golpe todavía más profundo en las aspiraciones felinas con una volea (19). A unos metros de ese
lugar, los corazones latieron alegres y desangustiados en el banquillo de Tigres, porque la vida puede
resultar difícil, pero el futbol concede pasaportes a una felicidad casi infinita. André-Pierre Gignac
entendió durante el juego que no tiene que cargar con todo en el equipo rojiblanco. Ahora parece
que les dijera a sus compañeros: “elaboren y decidan, yo después veo dónde está el espacio para
atacar”. Es como si hubiera descifrado la Matrix. Siboldi, quien no sólo enfoca con ojos abiertos, sino
que dirige y siente igual, asumió en más de una ocasión que este deporte se empecina en ser rebelde
e inexplicable por su sentido emocional. Pero desde su llegada a la Sultana del Norte brota una flor
atrás de otra al interior del plantel. Puede que el gran motor de su equipo resida en el sueño de
volver a ser campeones, como también en la idea de alcanzar a los más ganadores del país. Todos
se convencieron y creyeron, sabiendo lo que tenían que hacer; especialmente cuando los temores
aumentaron. Aunque un partido no cambia el curso de las cosas, permite más de un desenlace en
los que nadie se quiere ir a dormir. Y el de anoche fue uno de esos. Ante Chivas, Siboldi no podía
haber sido un general sin estar rodeado de coroneles. Cada uno se propuso hacer caer el peso del
estadio, con más de 46 mil 300 asientos ocupados. Pero no fue fácil. En el medio hubo una mano de
Antonio Briseño, que convirtió Gignac de penal (62), y un cabezazo de Sebastián Córdova que llevó
a los dos equipos al alargue (71). Primero hay que saber sufrir, dice el tango argentino; “después
amar, después partir”. Y tras el 2-2 miles de familias en Nuevo León aprendieron a hacerlo. Con el
tercero, de Guido Pizarro (110) el alivio fue total. Lo que queda ahora es el gran festejo. Tal vez tan
desmedido como el recibimiento de los tapatíos al autobús auriazul, al que decenas maltrataron
lanzando objetos contra elvidrio. Porque el futbol es, entre tantas cosas, una de las formas en las
que se transmite el afecto y la rivalidad. Para otros es también la manera de volver a abrazarse con
la familia, cantando una canción que se ha vuelto inolvidable. “¡Ya fuimos al descensooo/ perdimos
dos finaleees/ la gente no lo entiendeee/ somos incomparableees!
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