
Bad Religion nació a finales de los 70 en San Fernando Valley, California.
Entusiasmados por la resistencia lírica de bandas como The Adolescents, Black Flag o The Germs y empujados por el momento que les tocó vivir y la insurgencia hormonal de la adolescencia, sus integrantes se enlistaron para denunciar algunos de los problemas del mundo contemporáneo: el capitalismo, los valores neoconservadores, el poder de las corporaciones y la globalización en la versión del liberalismo avanzado.
Greg Graffin (voz), Jay Bentley (bajo), Jay Ziskrout (batería) y Brett Gurewitz (guitarra), en su primer EP de 1981, Bad Religion, demostraron con vehemencia que la religión es una fábrica de creencias; la política un lugar dominado por idiotas que deciden el futuro de las sociedades; y que las personas, lo quieran o no, son esclavos a los que les hicieron creer que la libertad es la democracia y el mercado.
El filósofo alemán Karl Marx dijo que la religión era el “opio del pueblo”. La frase es bien conocida y ha sido utilizada hasta el cansancio. Pero Marx no pensaba en criticar a la religión en sí misma, sino al hecho de que las abstracciones derivadas de las religiones fueran tomadas como la realidad en vez de fantasías construidas por los seres humanos, las sociedades o los Estados.
Es sobre esta crítica de la religión y el mundo plástico que construyen las religiones que Bad Religion elaboró su proyecto musical.
Bad Religion vino a rescatar una actitud antisistema perdida en medio de los ojos delineados y los sonidos refinados de los sintetizadores que emergieron en los 80.
Combinando metáforas y simbolismo (el logo de Bad Religion es uno de los más icónicos del punk) con mensajes directos en cada una de sus letras como recurso artístico y contestatario, al tiempo que ofrecían un sonido con agresividad y crudeza instrumental —yendo más allá de los acelerados tres acordes al infinito de las primeras bandas de Punk, hasta el límite de inmolarlos—, la banda trascendió de los insultos y la escandalosa y “maldad” del punk de mediados de los años 70.
Hicieron que su atractivo consistiera tanto en sus canciones sucias, rápidas, distorsionadas y estridentes como en la proyección de una imagen que rompía con las grandes crestas, alfileres de gancho, botas punta de acero, chalecos repletos de parches, aretes y jeans ajustados y en mal estado.
La banda, desde el primer momento, privilegió —por encima del sonido y la imagen— una actitud punk: estar alerta a los cambios del momento, las turbulencias políticas y sociales para conectarlas a la música e intentar desestabilizar el mundo.