El legendario líder de Motörhead, recordado por su voz rasposa y sus letras moteras, no solo dejó su huella en la historia del heavy metal. Además de su legado musical dejó detrás de sí una historia controvertida, marcada por las adicciones y por la filosofía de no tomarse nada demasiado en serio.
Nacido a un día de la primera Navidad después del final de la Segunda Guerra Mundial, el 24 de diciembre de 1945, bajo el nombre de Ian Fraser Kilmister en Burslem (Inglaterra), el vocalista entendió pronto lo que era vivir bajo sus propias reglas. Forjó un estilo de vida inconfundible, marcado por la pasión por los casinos, la música y la ruta.
Su nombre es fácil de encontrar en los sitios de casino, ya que se convirtió en un símbolo de la rebeldía, dedicando algunas de sus canciones abiertamente al juego.
Rebelde, pero carismático
Lo dicho. Lemmy es un apodo, no el nombre del cantante que originalmente se llama Ian. Sucede que Kilmister estaba obsesionado con las tragamonedas desde su juventud y, en los primeros años, cuando no tenía demasiado dinero, acostumbraba pedirlo. «Lemmy a quid till Friday» (Préstame una libra hasta el viernes), era una frase impresa a fuego en su diccionario. De ahí su apodo.
Años más tarde, en su adultez plena, el interés por el juego pasó a los casinos. Dedicaba horas a las apuestas, incluso durante las giras.
En el Rainbow Bar & Grill, su refugio en Los Ángeles, Lemmy podía ser encontrado con frecuencia en su rincón favorito, jugando con una máquina tragamonedas. Tanto era su amor por este pasatiempo que, cuando su salud comenzó a deteriorarse, el dueño del Rainbow le instaló una máquina en su apartamento para que pudiera seguir jugando sin salir de casa.
Excéntrico coleccionista y apasionado historiador militar
Quizás por haber nacido en la primera Navidad después de la Segunda Guerra Mundial, quizás por otro motivo. La cuestión es que Lemmy tenía devoción por su colección de memorabilia militar, particularmente de la Segunda Guerra.
Su fascinación por las cruces de hierro y cascos alemanes generó controversias, lógicamente, pero él siempre aclaró que no tenía simpatías políticas de extrema derecha y que simplemente, era un entusiasta de la historia y de la estética de sus piezas. Acostumbraba llevar un colgante con una cruz de hierro e incluía esta figura en la correa de cuero de su bajo. Basta con hacer una búsqueda rápida en Google para encontrar decenas de fotos que reflejan su pasión por el símbolo alemán.
Aunque la estética bélica acompañó su presentación en los escenarios, siempre se declaró anarquista. Compartía la pasión por la historia con Ozzy Osbourne, ambos intercambiaban parafernalia, cruces del diablo y simbología de las SS.
Amante del entretenimiento, en todos los formatos
Además de su pasión por la historia, Lemmy leía y amaba los videojuegos a muerte. Esto no es una exageración, literalmente murió jugándolos. En el comunicado que publicaron sus allegados se aclaró que Lemmy se fue “tras una corta batalla contra un cáncer muy agresivo, sentado en su casa frente a su videojuego favorito del Rainbow (el pub en Los Ángeles donde había pasado horas de su vida)”.
Tenía un agudo sentido del humor y amaba las películas de los hermanos Marx. Incluso las introdujo en algunos de los shows, durante 40 años de carrera con la banda Motörhead.
Un estilo de vida intenso y rebelde detrás del escenario
Lemmy llevó una vida marcada por el exceso, amaba el whisky, fumó casi toda su vida y se acostó con más mujeres de las que podía recordar. Sin embargo, a pesar de sus hábitos destructivos, era un hombre de principios. En entrevistas, solía criticar la hipocresía de la sociedad, defendiendo siempre la libertad personal y la autenticidad.
En su autobiografía “White Line Fever”, Lemmy dejó en claro que quería que lo recordaran por lo que fue y que no haya una “versión edulcorada” de su vida después de su muerte. “La gente no se vuelve mejor cuando muere”, dijo en una especie de crítica social. “Todavía son idiotas, aunque sean idiotas muertos”, remató.
Su legado en el Heavy Metal
Con su voz rasposa y su bajo distorsionado, Lemmy fue uno de los máximos exponentes de una generación que redefinió el sonido del heavy metal. Álbumes como “Ace of Spades” y “Overkill” se convirtieron en himnos del género.
A diferencia de otras bandas, Motörhead nunca buscó adaptarse a las modas y duró cuatro décadas con su sonido auténtico. Esto se debe en parte al tesón de Lemmy, quien se negó a comprometer su arte o sus principios, lo que le ganó el respeto de fanáticos y colegas por igual. En el aniversario de Metallica se repartían camisetas con la leyenda «Lemmy es Dios».
Aunque parecía inmortal, Lemmy murió el 28 de diciembre de 2015, pocos días después de haber celebrado su cumpleaños número 70 y dos días más tarde de haberse enterado que en su cuerpo avanzaba un cáncer agresivo. Al final, los años de excesos pasaron factura.
El mundo del rock lloró la pérdida de una figura irreemplazable, pero su influencia sigue viva. «No tuve verdaderamente una vida importante, pero al menos fue divertida», dijo alguna vez. Pocas frases capturan mejor la esencia de Lemmy Kilmister, un hombre que vivió como quiso y dejó un legado que inspira a quienes buscan vivir sin restricciones.