 
        José Madero Vizcaíno, el pastor del rock, no solo lanza canciones; construye mitologías personales donde lo cotidiano se funde con lo épico. Su próximo encuentro masivo en el Estadio GNP Seguros, bautizado como «Érase Una Bestia», es más que un concierto: es la culminación de una narrativa de una década, el capítulo final de un viaje que comenzó en los escenarios pequeños y ahora se enfrenta a la inmensidad. El título mismo evoca un relato de transformación, como si el artista se despojara de su piel antigua para renacer en medio de los himnos colectivos.
Su disco «Sarajevo» es la prueba de que para Madero la geografía no es un decorado, sino una extensión de su paisaje interior. Los viajes a Bosnia y Herzegovina no son anécdotas, sino peregrinajes que marcan el ritmo de su creación, como si solo en el desplazamiento pudiera encontrar la quietud necesaria para componer. Canciones como «Baila Conmigo» y «El Méndigo Día del Padre» son cartografías sentimentales, mapas donde lo íntimo y lo universal trazan coordenadas compartidas.
Frente a sesenta mil almas, Madero no solo cantará; officiará un rito donde la multitud se convierte en coro de su propia epopeya. En un mundo que trivializa la experiencia, su música reclama el derecho a lo grandioso, a lo excesivo, a lo profundamente humano. Su bestia no es una amenaza, sino una verdad incómoda y necesaria: la de un artista que, en la era del desencanto, se atreve a creer en sus propios fantasmas.

 
                         
         
        