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Aterciopelados en Sala Estelar, un espacio lleno de luz

A principios de este mes, el siete de agosto, se cumplieron 30 años del lanzamiento de Canción Animal, obra maestra y quinto álbum de Soda Stereo, el cual recoge una de las frases más icónicas del trío argentino y que es, hoy, un grito de batalla: «No hay nada mejor que casa».

Sí, la casa sigue siendo nuestra trinchera, nuestra fortaleza, el espacio que nos mantiene a salvo de lo que sucede afuera, en las calles, en las banquetas, en cualquier otro sitio, justo como ocurría en los años 90, cuando la violencia comenzaba a ser parte de nuestra rutina, del aire que respiramos.

Frente a todo este panorama de incertidumbre, son pocas las voces que pueden ofrecernos una luz, aunque muy tenue, para hacer más llevadera la realidad. Hace falta una voz, la que sea, que nos transporte a otro estado de ánimo. ¿Pero cuál? Una muy poderosa y aterciopelada a la vez.

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El sábado pasado, poquito después de las ocho de la noche, un par de personajes muy conocidos en este lado del continente se conectaron a través de Sala Estelar para sacarnos un poco del encierro, del encierro mental. Sus nombres: Andrea y Héctor, Aterciopelados.

La década de los 90’s les vio nacer y a casi 30 años desde su debut, el grupo se ha mantenido firme en sus convicciones combativas, ejerciendo, cada vez más, su discurso de rebeldía, paz y libertad.

Si en «1990» Gustavo Cerati comenzaba diciendo que «no habrá remedio infalible», en 2020 la música ha levantado la mano para ser un remedio contra la apatía, la desesperanza, la depresión. Así lo hicieron también los Aterciopelados, que arrancaron con «Los 90», uno de sus sencillos más recientes.

Aterciopelados | Sala Estelar

Más que un concierto, fue como un ensayo, un momento entre la banda y sus seguidores, conectados gracias a la tecnología, pero desconectados entre sí; sin ruido, sin griterío, sin el sudor típico de estar saltando sin parar. Vaya, sin cruzarnos las miradas.

Eso sí, se notó una gran energía, pasión y esa manera de decir las cosas, sin miramientos, que ha hecho de Aterciopelados una de las bandas más respetadas del rock latinoamericano. Y eso, en tiempos como los actuales, se agradece.

Han pasado cuatro años desde que los vi por última vez en un escenario, y aquella ocasión fue delirante, ante un Teatro Metropólitan casi a tope, cantando, gritando, dándolo todo frente un par de colombianos muy queridos en México.

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Poco a poco la noche aterciopelada veía llegar su fin y ocurrió la sorpresa con «La Ciudad de la Furia», la misma que me hizo voltear a escucharlos y descubrir su belleza. Cómo olvidar aquella versión del Comfort y Música Para Volar, el «unplugged» de Soda Stereo.

Qué ganas de estar ahí, frente a ellos, hablándonos a la cara, recordarnos que, ante todo, somos más humanos que máquinas, pese a que la realidad nos ha obligado a hacer nuestras cosas, hasta las mas esenciales, por medio de máquinas.

La melancolía, en ese sentido, es una de nuestras armas más poderosas, y la del sábado quedará, para quienes tuvimos la oportunidad de conectarnos, registrada en la memoria, como un recuerdo vivaz en estos días sin vida humana.

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